Poner
y sacar la mesa, una práctica que todos detestamos, y no porque sea algo
costoso o cansado, sino por vagancia. Lo mismo pasa cuando se acerca la Navidad
y toca bajar al desván para recuperar aquella caja cubierta de polvo que
encerraste hace un año, en el que puede leerse en el dorso la palabra "Adornos".
Desmontar toda la parafernalia navideña pero ¿para qué? En menos de un mes hay
que quitarlo todo, volver a llenar esas cajas y volver a bajarlas al desván, o
algunos, afortunados, subirlos al altillo. Lo gracioso es que cuando se acerca
el puente de la Inmaculada los más pequeños de la casa están ansiosos por
cubrirse de polvo y abrir todas las cajas repletas de adornos, bolas y demás
artilugios, con o sin sonido, navideños. Pero ¿qué hay del belén? Recuerdo que
cuando era una niña lo que más ilusión podía hacerme era idear con mi padre
cómo sería la maqueta del belén que íbamos a construir juntos. El mío tenía
césped, agua, puentes hechos con papel
de aluminio, decenas de pastores y soldados, el castillo de corcho de Herodes y
por supuesto el Nacimiento. Los Reyes Magos, montando a sus respectivos
camellos, empezaban su andadura lejos del Portal y cada día lo acercaba unos
centímetros para acordarme de que el 6 de enero estaba a un día menos de distancia.

Cada
año que pasaba, el belén iba menguando, hasta que en las casas quedaba un
simple portal en el que divisabas a la Virgen, a José y al Niño. ¡Quién
volviese a la infancia! Ahora todo ha cambiado, cualquier cosa puede llegar a ser
un portal de belén si sabes hacerlo bien. Imanes para la nevera en el que que
tienen como protagonistas al matrimonio con el Niño, a los Reyes Magos y a un
pastorcillo con una oveja entre sus brazos. Otros, más originales, idean un
belén con latas de coca-cola con los nombres de los protagonistas: María, José,
Jesús y Ángel.

¿Qué
ha sido de las viejas tradiciones? Pasar la tarde entera del domingo cantando
villancicos, sentados en el suelo, todavía en pijama, desenvolviendo las
figuras envueltas en papel burbuja o en periódicos de hace diez años. Ahora
cuando se acercan las vacaciones llegas a tu casa y tu madre ya lo ha montado
todo, ha decorado un poco la casa y fiesta. Las viejas tradiciones se van
consumiendo como un cigarrillo en el cenicero: siempre menguan. ¿Y qué pasa con
el árbol? Ahora todo tipo de adornos valen, las bolas y el espumillón siempre
están presentes, pero cada año se suman nuevos adornos cutres, como esos abetos
que ponen en El Corte Inglés pegados en el regalo de Papá Noel. Las largas
tradiciones se pierden. Ya no se reciben felicitaciones de Navidad por correo,
las nuevas tecnologías asoman la cabeza más que nunca con mensajes Navideños al
Whatsapp. Llegará un momento que tendremos un árbol virtual proyectado en la
pared y será algo normal. Nos adaptamos sin preguntarnos por qué a la Nueva Era
sin dejar espacio en nuestra vida a las viejas tradiciones.