lunes, 24 de febrero de 2014

Un adiós en una cabina

En las paredes y puertas de los baños de las estaciones de servicio están siempre repletas de mensajes indescifrables. Casi siempre son mensajes de amor. Letras unidas por un corazón: “Pepito ama a Fulanita” o cosas por el estilo. Pero una parada totalmente imprevista en una gasolinera cerca de Soria me cambió ─y no quiero ser melodramática─ la vida. El mensaje esta vez era diferente. Un rotulador morado acompañado de una caligrafía inteligente aconsejaba: “Nunca digas adiós, porque decir adiós significa irse lejos, e irse lejos significa olvidar”. Me quedé pasmada mirando el mensaje escrito en la cabina de teléfono del bar de la gasolinera. ¡Qué profundidad de mensaje para un sitio como ese! En aquel momento no le di tanta importancia, aun así lo escribí en la Moleskine que siempre me acompaña.


Años después, revisando mis notas ─todo buen periodista lo hace para recordar hechos o incluso para empaparse de sus viejos recuerdos─ releí esa frase. Recordé lo que significó para mí y lo que suponía en ese momento de mi vida. Me quedé callada. Quizá demasiado tiempo, o esa fue mi percepción. Comprendí esa frase. Empecé a citarla en alto como si de esa forma se comprendieran mejor las cosas: “Nunca digas adiós, porque decir adiós…”. Volví a quedarme muda. Pasmada. Como la primera vez que la leí. ¿Cuántas veces habremos dicho adiós de forma intencionada para olvidar? Quizá no es eso lo que queríamos, pero lo hicimos. O mejor dicho, lo seguimos haciendo. Despedirse de alguien es doloroso. Siempre lo ha sido. Recordé que mi madre siempre me decía que hay que despedirse con palabras de amor de la gente que quieres. Te quiero. Siempre son sus últimas palabras. Nunca dice adiós.


Las frases en lugares como ese nos dejan marcados para siempre. Aunque mi madre me lo decía, aquella frase en la cabina de teléfono de un lugar desconocido de Soria me hizo darme cuenta de la importancia de no decir adiós. Adiós para perderse. Adiós para irse lejos. Adiós para olvidar.


lunes, 17 de febrero de 2014

Llena de vida

Algunas enfermedades te van matando despacito. Físicamente sigues siendo una persona normal, pero por dentro te vas muriendo poco a poco. Asusta. La enfermedad del Parkinson te hace cada vez más dependiente. Te obliga a necesitar la atención de quienes estén a tu lado. Siempre pensamos “Pobre esta mujer o este hombre que tiene Parkinson”. Pero ¿por qué pobre?


Recuerdo a una señora que entró en la sala de espera de urgencias del hospital Quirón en Zaragoza. Iba en silla de ruedas acompañada de una mujer latinoamericana y un hombre con barba y con un diminuto diamante por pendiente en la oreja izquierda. La mujer, ya de avanzada edad, intentaba tener siempre cerca las manos de sus acompañantes. Ella temblaba. Constantemente. Había momentos que se quedaba sola; su hijo y su nuera (esto lo intuí por los gestos de cariño entre ellos y con la mujer) se alejaban para ir al mostrador a preguntar cuándo iban a atenderles, se acercaban a la máquina de café para reponer fuerzas o se turnaban para salir a fumar. La mujer no dejaba de llevarse la mano derecha a la frente para intentar santiguarse. No lo conseguía. Cuando iba a hacer el segundo paso se bloqueaba y bajaba la mano. Ante la impotencia de no conseguirlo, volvía a intentarlo. Se les veía nerviosos. La mujer agarraba la mano de uno de los dos, del que estuviese a su lado, acercándosela a sus labios para besarla todas las veces que podía. Estaba nerviosa. Su pierna izquierda parecía tener vida propia, se apoyaba en el suelo sin ninguna estabilidad. La mujer a duras penas intentaba recuperar el dominio sobre esta llevándose la pierna lentamente hacia el pecho y abrazándola con ambos brazos. Seguía nerviosa. Creo que no le gustaba el hospital. Los simples gestos que hacía la delataban. Solo le tranquilizaba una cosa: aplaudir, o al menos intentarlo. Un hilo de voz salió del cuerpo lánguido y tembloroso de aquella mujer. Fui incapaz de entender qué decía, pero estaba nerviosa, muy nerviosa. Acabó la frase aplaudiendo con su nuera para tranquilizar esos nervios antes de hacerse las pruebas que estaban deseando terminar.


¡Qué fuerte me pareció aquella mujer! A pesar de sus múltiples problemas le quedaba tiempo para dar gracias a Dios por seguir viva, a dar cariño y acariciar a las personas que la acompañaban. El Parkinson es una enfermedad que te mata lentamente, sin piedad, pero esta mujer estaba más viva por dentro que cualquiera de los que estábamos en aquella sala de espera.

lunes, 10 de febrero de 2014

Llegaban

Poner y sacar la mesa, una práctica que todos detestamos, y no porque sea algo costoso o cansado, sino por vagancia. Lo mismo pasa cuando se acerca la Navidad y toca bajar al desván para recuperar aquella caja cubierta de polvo que encerraste hace un año, en el que puede leerse en el dorso la palabra "Adornos". Desmontar toda la parafernalia navideña pero ¿para qué? En menos de un mes hay que quitarlo todo, volver a llenar esas cajas y volver a bajarlas al desván, o algunos, afortunados, subirlos al altillo. Lo gracioso es que cuando se acerca el puente de la Inmaculada los más pequeños de la casa están ansiosos por cubrirse de polvo y abrir todas las cajas repletas de adornos, bolas y demás artilugios, con o sin sonido, navideños. Pero ¿qué hay del belén? Recuerdo que cuando era una niña lo que más ilusión podía hacerme era idear con mi padre cómo sería la maqueta del belén que íbamos a construir juntos. El mío tenía césped, agua, puentes hechos con  papel de aluminio, decenas de pastores y soldados, el castillo de corcho de Herodes y por supuesto el Nacimiento. Los Reyes Magos, montando a sus respectivos camellos, empezaban su andadura lejos del Portal y cada día lo acercaba unos centímetros para acordarme de que el 6 de enero estaba a un día menos de distancia.




Cada año que pasaba, el belén iba menguando, hasta que en las casas quedaba un simple portal en el que divisabas a la Virgen, a José y al Niño. ¡Quién volviese a la infancia! Ahora todo ha cambiado, cualquier cosa puede llegar a ser un portal de belén si sabes hacerlo bien. Imanes para la nevera en el que que tienen como protagonistas al matrimonio con el Niño, a los Reyes Magos y a un pastorcillo con una oveja entre sus brazos. Otros, más originales, idean un belén con latas de coca-cola con los nombres de los protagonistas: María, José, Jesús y Ángel.




¿Qué ha sido de las viejas tradiciones? Pasar la tarde entera del domingo cantando villancicos, sentados en el suelo, todavía en pijama, desenvolviendo las figuras envueltas en papel burbuja o en periódicos de hace diez años. Ahora cuando se acercan las vacaciones llegas a tu casa y tu madre ya lo ha montado todo, ha decorado un poco la casa y fiesta. Las viejas tradiciones se van consumiendo como un cigarrillo en el cenicero: siempre menguan. ¿Y qué pasa con el árbol? Ahora todo tipo de adornos valen, las bolas y el espumillón siempre están presentes, pero cada año se suman nuevos adornos cutres, como esos abetos que ponen en El Corte Inglés pegados en el regalo de Papá Noel. Las largas tradiciones se pierden. Ya no se reciben felicitaciones de Navidad por correo, las nuevas tecnologías asoman la cabeza más que nunca con mensajes Navideños al Whatsapp. Llegará un momento que tendremos un árbol virtual proyectado en la pared y será algo normal. Nos adaptamos sin preguntarnos por qué a la Nueva Era sin dejar espacio en nuestra vida a las viejas tradiciones.

sábado, 1 de febrero de 2014

Amor sin fechar

Dicen que el amor está en todas partes, que mires donde mires siempre verás a una pareja abrazándose, a un viejecito acariciando la mejilla de su mujer o a un niño agarrando la mano tímida de la niña que ha conocido esa tarde en el parque. Pero si esto es así, ¿por qué dedicarle solo un día al amor? Me hace mucha gracia escuchar cómo presumen mis amigos sobre su dichosa armonía familiar: "Mis padres no han discutido nunca", dicen algunos, otros en cambio ni siquiera se hablan. Qué pena. "¿En tu casa estáis siempre de acuerdo en todo? ¿No discutísnunca?",pienso por dentro. Pues no, no discuten. ¡Qué suerte tienen algunos! En el fondo es una pena, indica una falta de comunicación familiar total. Pero sin duda mi frase favorita es: "Mi padre es un hombre muy romántico, le ha regalado a mi madre unas flores por el día de San Valentín".




¿Solo hay que regalar flores el 14 de febrero? El amor no es eso. Amar (y no voy a citar la mítica frase de Love Story) significa dedicarles tu vida a las personas que te importan, ser detallista con ellos cuando menos se lo esperen, hacer cosas por ellos sin que tengan que pedírtelo, dar tu vida por ellos las 24 horas del día, los 7 días de la semana, sin excepciones, como diría mi madre. ¿Qué tiene de romántico ser detallista un día? Si eso es romanticismo, paren el mundo, que yo me bajo. ¿Qué ha pasado con los detalles de antes? El esperar a que la chica cierre la puerta del portal antes de irte a tu casa; el ademán de levantarte de la silla cuando una chica se levanta; el regalar cosas porque sí, porque te importa y quieres agasajarla... ¿Qué ha sido del amor? Ahora tenemos la suerte de poder contar con un día, 24 horas, para demostrarle a la persona que más nos importa todo lo que la queremos. Es un día lleno de sorpresas. 




Pero, chicos, el resto del año ni se os ocurra ser románticos, no vaya a ser que os califiquen de cursis, ñoños o algún apelativo similar. El 14 de febrero. Esa fecha solo nos hace imaginar corazones, bombones, rosas rojas y todo lo que tenga que ver con el amor. Pero ¿quién quiere celebrar San Valentín con alguien que solo se acuerda de ti una vez al año? El 14 de febrero es un día bonito, no digo que no, pero tiene que ir acompañado de los otros 364 restantes, porque como dice la canción Te estoy queriendo tanto de Siempre Así "el amor no puede estar por siempre a nuestro lado, el amor cambia su curso de año en año, el amor viene y se va como las golondrinas y hay que darles de beber amor en cada esquina".