jueves, 20 de marzo de 2014

“cntxta xfvr”

Mi primer móvil fue un Nokia 3510i, el primer modelo a color que sacaron. Me lo llevaba a escondidas al colegio. Estaba prohibido. Los recreos eran demasiado largos si te quedabas a comer en el comedor, así que el juego del snake te hacía más ameno el tiempo libre. El 11 de marzo nadie jugó con el móvil en el recreo. Los mensajes volaron y el saldo de los adolescentes se agotó mucho más rápido de lo normal. Me atrevo a aventurar que todo el mundo, con un poquito de esfuerzo, consigue acordarse de qué pasos dio aquel día. Yo estaba en el vestuario. Las baldosas color beige envolvían aquel lúgubre lugar. Fumar en el vestuario llegaba a ser una aventura que inundaba los diarios de las niñas por las noches. Ese día el paquete de tabaco tocó fondo, acabó arrugado.

“Mamá, ha habido un atentado en Atocha ¿Alguien de nuestra familia viajaba en el tren?” Ese fue el mensaje de texto que le envié a mi madre. Supongo que utilizaría abreviaturas tipo: “cntxta xfvr” o algo por el estilo. Mensaje totalmente incomprensible para las madres. Al menos para la mía. Por eso quizá no me contestó. “Son de otra época”. O eso solía pensar.

El silencio fue protagonista en aquel recreo. Había mucho de qué hablar y nadie lo hizo. Callarse era la mejor opción. Quizá por ignorancia. Quizá por no saber qué decir. Pero nadie dijo nada. Esa tarde no hice los deberes. La televisión estuvo encendida hasta que llegó la hora de irse a dormir. Esa noche no soñé. Y si lo hice, no me acuerdo.